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Gustavo Petro es presidente por cuatro años y es un logro personal, como tambien de muchas personas que durante años esperaron un líder libre de ataduras con los políticos. Personas que históricamente reconocemos como mezquinos llenos de hipocresía y lealtades comerciales. 

Entiendo la esperanza personificada en su nombre y respeto esa añoranza de un líder limpio que se rodee de personas pulcras y sabias para llevarnos como país a ser la potencia de la paz, para ejemplo y dicha del mundo. 

El escepticismo que tengo hacia la figura de Gustavo Petro se arraiga en una serie de experiencias y observaciones que me generan desconfianza en su capacidad de liderazgo. Su gestión como alcalde de Bogotá dejó una imagen de inestabilidad, marcada por constantes conflictos y un desconocimiento del funcionamiento del estado para enfocarse asi en una administración efectiva. La insistencia en revivir entidades cuestionadas, como la EDIS en Bogotá y el Seguro Social a nivel nacional, suscita inquietud sobre su visión económica y su capacidad para aprender de errores pasados. 

La percepción que tengo es que Petro privilegia la lealtad política sobre la meritocracia, evidenciada en la designación de personas sin la formación adecuada en cargos públicos. Y cuando la persona tiene los conocimientos adecuados son desautorizadas, este actuar genera mi indignación por lo que cuestiono su compromiso con la eficiencia y la transparencia.  

La prohibición de la explotación de recursos energéticos propios, (petroleo y gas) mientras se propone la dependencia de Venezuela, las veo como decisiones perjudiciales para la seguridad y la economía de Colombia.  

La retórica bolivariana, asociada a menudo con ideologías de izquierda, alimenta el temor a un distanciamiento de los aliados tradicionales de Colombia en el mundo occidental, especialmente Estados Unidos. Mi percepción es que Petro es un «incitador al conflicto» y su aparente desdén hacia diversos sectores de la sociedad que, incluyendo las fuerzas armadas, los empresarios y personas de piel blanca (como él), profundiza la sensación de división y polarización. 

La acusación es que Petro prioriza sus intereses personales sobre el bienestar del país, y que solo busca «montar un reino en su entorno», refleja mi profunda desconfianza en su integridad y sus intenciones.  

La falta de acción contra la delincuencia, mientras se restringen las actividades de las fuerzas armadas, me plantea su empatía con los grupos guerrilleros y sus contantes justificaciones sobre los robos callejos me hace entender su afecto por los delincuentes. 

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