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Prologo 

En el pasado el asunto de habitar en torres de viviendas se veía como algo imposible. Imaginarse una construcción de más de tres pisos era algo misterioso y requería de un poder económico fuera de lo común.  

Hoy es un día del año 2023, es decir del siglo 21. Donde los edificios además de ser parte de la cotidianidad en algunos casos son unas masas humanas en la que es muy probable que nunca se conozcan entre si los vecinos.  

Estas construcciones en el pasado no eran seguras, por eso de los terremotos, pero al cabo de montones de tragedias; países como Japón y México fueron domando sus dragones. 

Mi primera vivienda (propia) fue un apartamento de un edificio de apenas cinco pisos. Viví en el segundo y aun así sufría de pesadillas en las cuales veía ladearse el edificio al punto que podía salir de mi casa por el balcón.  

Además del tema de la altura, los temblores y las pesadillas. Está también el asunto de los copropietarios. Para una persona como yo que vivió en un barrio de casas grandes con patios inmensos, en donde había espacio para jugar con el perro y tener un huerto; es muy difícil asumir la vida en una caja de zapatos y además compartir la entrada del carro, tener que pagar una cuota de administración, pedir permiso para hacer una fiesta y tener que participar en las reuniones de propietarios. 

En mi país siempre se sospecha que el administrador se está robando la plata con los del consejo. Además, que partir del tercer mes de creada la copropiedad ya el 30% de los propietarios tienden deuda de la cuota administración y existe un déficit que hay que cubrir con sospechosas cuotas extraordinarias.  

En noviembre compramos el apartamento y hasta marzo pudimos pasarnos porque lo entregaron en obra negra. Todo estaba por organizar; de manera cotidiana vimos estacionarse camiones con muebles y enseres. Lo que indicaba de manera inequívoca que cada vez más gente se mudaba a vivir en aquel conjunto. La administración aún la controlaba la empresa constructora y el consejo lo asumía unos pocos valientes que entre hombres y mujeres se atrevieron a recibir esa responsabilidad. 

Se imaginarán la locura cuando aún nadie tomaba del todo el control y la seguridad generaba constantes encontrones con las personas que tenían que ingresar con vehículos. Y no era del todo culpa de ellos pues la información y ordenes que les daban de administración no llegaban o se tergiversaban. Luego supimos que la empresa que contrataba a los guardas no les había pagado por meses y los obligaba a repetir turnos. De allí que se contrató una nueva empresa de seguridad. 

Participé en una reunión que llaman “asamblea ordinaria” para resolver por voto de las mayorías la elección del consejo y decisiones que solo por ley se deben tomar. 

Ese mismo día pudimos concretar una idea con varios vecinos que estábamos conversando en los pasillos y es la representación de los habitantes por torre. Por lo que me comprometí a representar una torre. 

Nos enteramos ese día de que nuestro conjunto habitacional tiene cincuenta y tres torres. También nos encontrarnos con varias controversias y problemas el primer tema resulto ser los perritos: Porque sus propietarios los dejaban orinar en las paredes y no recogían sus desechos. Este fue uno de los temas más sencillos; luego vinieron los robos y los encontrones con los borrachos. La pregunta que salió entre nosotros fue ¿Qué podemos hacer? Y la respuesta era que debíamos aprobar el manual de convivencia. 

El presente documento pretende dar a conocer una experiencia personal y no importunar a los habitantes de la comunidad que nos recibió con mucho afecto a mi hija, su perro y a mí.  Por lo que espero que entiendan la razón por la cual no daré nombres reales de los lugares en donde suceden todos los eventos. Lo único que diré es que todo sucedió en Colombia en una población cercana a una ciudad principal. Lo que explica porque nuestras costumbres citadinas chocan con las de los pobladores. 

Como venía exponiendo; nosotros no llegamos a habitar el apartamento apenas lo entregaron. Pasábamos continuamente para supervisar el desarrollo de la obra. En esos momentos tuvimos la oportunidad de conocer a un señor conflictivo a quien llamaré como “el sujeto” de aquí en adelante. 

El sujeto nos recibió varias veces con amabilidad, mostrando gran personalidad y un aire de autoridad al participar en todos los actos y eventos públicos de la copropiedad dando la certeza de que era el administrador o algo así. 

Al cabo del tiempo como resultado de los desatinos e improvisación de la administración y el consejo (que a estas alturas no sé si se puedan escusar) “el sujeto” se enfrentó casi a puños con el personal de seguridad que no le permitieron ingresar el vehículo aduciendo que ya no tenían espacio.  Cuentan que el asunto se elevó a tal escándalo que llegó la policía. Luego de ese y otros encontrones con la gente del consejo del sujeto no supimos nada y no lo extraño. 

Realizaron varias reuniones de voceros de torre; de la cual concluí que los miembros en general veían a los vecinos como perfectos. receptores de multas y sanciones. Entonces mostré mi postura a favor de la comunidad, porque más allá de prohibir el acceso de los vehículos, pelear con los propietarios de los perros y llamar a la policía para acallar las fiestas se debían resolver esos problemas de espacios útiles y reglas claras que se debía resolver. 

Soy una persona más bien solitaria, pero en este caso vi la oportunidad de beneficiar a muchos; pues intuyo un vacío en la administración. Por lo que al ver la convocatoria para ser miembro del Comité de Convivencia me inscribí como único participante y el día que se pidió la votación me eligieron junto a otros que se inscribieron a última hora. 

En ese camino de eventos nos reunimos los miembros del comité y administración y nos entregaron el borrador del manual para corregirlo, terminarlos y divulgarlo. Asunto que realizamos en sus términos. 

Continua la historia con el primer episodio